Esta semana hemos despertado dentro de las páginas del Antiguo Testamento. El viernes tocó el Génesis: vimos como una terremoto de fuerza inusual azotaba la costa noreste de Japón y lanzaba sobre la isla una brutal ola que arrasaba todo lo que encontraba a su paso. Coches, casas, barcos, trasatlánticos y un sin fin de objetos sin importarle su peso o volumen. Una fuerza descontrolada, al principio, que ha dado paso a la desolación y al silencio después.
Tras la destrucción: el Éxodo. Miles de japoneses abandonaban la tierra de sus antepasados para huir de la debacle del movimiento sísmico. Se ponían a cubierto de la radiación ionizante emitida por el bunker número 2 de la central de Fukushima. Al parecer la vasija de contención de las barras de combustible se habla fracturado y el fluido energético estaba emitiendo destrucción de forma descontrolada al exterior. Se había desatado el Infierno.
Mientras desde el otro lado del planeta, nada menos que desde Europa, en Bélgica el Comisario Europeo de Energía, el alemán Günther Oettinger lo describe como el Apocalipsis. Desde las antípodas, pertrechado en su púlpito de madera noble se permite frivolizar acerca del trabajo de 50 valientes que están dando su vida por sus paisanos. 50 héroes que en un ejercicio de responsabilidad extrema están tratando de sellar el contenedor agrietado.
Otro europeos, en este caso los franceses, a través de su oficina de seguridad nuclear se permiten clasificar el incidente como grave siguiendo la información detallada, precisa y fiable del ejecutivo nipón. Quienes han ido proporcionando minuto a minuto información clara y verás a los diferentes organizaciones internacionales de la situación de un equipo de trabajo. De una población que ha dado al mundo una lección de civismo, de compromiso social, de valentía, de humanidad, de sacrificio…No es fácil encontrar calificativos para esta población, valiente y aguerrida.
¡Cuánto tenemos que aprender!
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